Si bien américa latina y especialmente Colombia ha definido con gran determinación una segunda apertura económica con nefastas consecuencias para la micro, pequeña y mediana empresa, así como grandes réditos para la gran empresa y los monopolios, especialmente los relacionados con la agroindustria, sigue siendo tabú la posibilidad de enviar alimentos sea como materias primas o como procesados a los países con los cuales se suscriba un tratado de libre comercio.
Esto solo es posible si entre países existen los procesos de admisibilidad sanitaria, proceso que se define entre autoridades de vigilancia y control sanitaria y fitosanitaria de países sobre los cuales hay interés de un intercambio comercial sobre un producto.
Con mucho bombo y platillo se mencionó por los medios de comunicación que Colombia por fin podrá exportar carne a Chile luego de seis largos años de negociación entre las autoridades sanitarias de ambos países, como también el intenso lobby por parte de monopolios dedicados al negocio de la producción cárnica en el país.
Ahora bien, no me atrevería a decir a viva voz que una microempresa o pequeña empresa del sector de alimentos con intenciones de aprovechar los famosos tratados de libre comercio tengan el suficiente músculo financiero, capacidad de lobby político y articulación para lograr que sus productos lleguen decentemente a mercados externos y con bajo nivel de incertidumbre. Por lo tanto, si puedo decir que son las microempresas y las pequeñas empresas del sector de alimentos las más amenazadas por estos mismos tratados, sea porque no cuentan con la infraestructura para aprovechar las oportunidades del comercio exterior, o porque los pulpos del mercado tanto nacionales como internacionales se tomen el país (ya está sucediendo).