Como buenos profesionales de la industria de alimentos, nos han inculcado desde etapas tempranas de nuestra formación universitaria que la inocuidad es obligatoria para todas las empresas dedicadas a la fabricación, procesamiento y expendio de alimentos, no por capricho sino por un compromiso con la salud, la seguridad de todos los consumidores y la productividad de todas las empresas sobre las cuales actuamos.
Sin embargo, la realidad es otra: cientos de personas intoxicadas, altos índices de fraudes se conocen en los medios, y son muchas las empresas que no cumplen con los mínimos estándares de garantía de calidad de sus productos, indistinto si existe o no la actuación de las autoridades de vigilancia y control sanitarias.